Comentario
De menor formato que los cuadros de historia y ejecutados con gran habilidad técnica, la temática recorrida por este género fue muy variada. Los oficios serían el motivo de obras como El viejo zapatero (Madrid, Museo del Prado), de Domingo Marqués (1842-1920), o La fragua (Museo de Valencia), de José Benlliure (1855-1937). Los niños darían pie para esa aproximación a lo inmediato y anecdótico, como en Los pequeños naturalistas (La Coruña, Museo de Bellas Artes), de José Jiménez Aranda (1837-1903), pintor preciosista que en su última etapa se incorporó al realismo con composiciones de acentuado signo fotográfico, o como en numerosas representaciones de monaguillos, cuya proliferación justificó la utilización del término monaguillismo.
Por último, sería también muy frecuente la escena familiar, en un propósito de mezclar lo cotidiano, la ternura y las costumbres, como en el caso de El pesebre, del catalán Juan Brull (1863-1912), donde abuelos y nietos aparecen reunidos en torno a un nacimiento navideño.
Hay que esperar la llegada de la década de los 90 para que irrumpa definitivamente el realismo social propiamente dicho, es decir, un realismo más comprometido. Una irrupción impulsada por la aceptación que el género suscitó en los jurados de las Exposiciones Nacionales.
Fue el caso de Vicente Cutanda (1850-1925), que obtuvo una primera medalla con La huelga de mineros de Vizcaya, o de Ramón Casas (1867-1932), premiado con Garrote vil (Madrid, Museo del Prado), una obra de captación casi fotográfica y que representa una ejecución pública ocurrida realmente en Barcelona.
En Y aún dicen que el pescado es caro (Madrid, Museo del Prado), el valenciano Joaquín Sorolla (1836-1923) encuentra la fórmula ideal para combinar el tema marinero con el realismo social, representando la muerte de un joven pescador en el mar, obra con la que consiguió por unanimidad una primera medalla y a la que siguieron otras composiciones también de éxito, como Trata de blancas (Madrid, Museo Sorolla), fechada en 1895, y en la que se denuncia la prostitución que sufrían las jóvenes aldeanas que se desplazaban a la capital en busca de trabajo.
Los temas hospitalarios ocuparon cierto espacio emocional entre las inquietudes de la época, tal como ya lo había puesto de manifiesto la obra de Luis Jiménez Aranda premiada en París. No extraña, pues, que fueran explotados por los artistas de la época y que aparecieran numerosas obras relativas a este asunto. ¡Desgraciada! (Diputación de Alicante), de José Soriano Fort, premiado con una segunda medalla en la Exposición Nacional de 1897, y Ciencia y caridad (Barcelona, Museo Picasso), distinguido con una mención de honor en esa misma edición, de un Pablo Picasso que a la sazón sólo contaba con diecisiete años de edad, son dos ejemplos significativos.
Más efectista en esta línea de la medicina social resultaría el cuadro Y tenía corazón (Museo de Málaga), obra remitida como mérito de pensionado en Roma por Enrique Simonet (1864-1927), en el que, aplicando una técnica fotográfica, el artista plasma un depósito de cadáveres con la representación destacada de una joven mujer a la que un médico acaba de extraer el corazón. Una composición en la que el pintor se mueve entre lo científico y lo sentimental.
El compromiso social con implicaciones políticas llega a institucionalizarse hasta tal punto que, para acceder a la ansiada pensión romana, el tema propuesto para la convocatoria de 1900 fue La familia del anarquista el día de la ejecución (Madrid, Facultad de Bellas Artes). El premio lo obtuvo el pintor Eduardo Chicarro (1873-1949), autor de la obra citada.
Ya iniciado el siglo XX, en 1901, continuaron siendo galardonados los temas sociales. José Mª López Mezquita (1883-1954), joven pintor granadino, obtuvo una medalla de primera clase con Cuerda de presos (Madrid, Museo del Prado), cuadro en el que con gran soltura de pincel reproduce el ambiente lluvioso y nocturno de una calle por la que es conducido un grupo de presos bajo la custodia de la Guardia Civil.
También fue premiado con una medalla de primera clase Ramón Casas (1864-1931) por Barcelona 1902 (Museo de Olot), donde patentiza la dureza de una carga a caballo protagonizada por la Benemérita en el transcurso de una manifestación obrera. En este cuadro, el paisaje fabril del fondo compositivo, el apiñamiento de las figuras y el hombre que en primer plano aparece caído delante del jinete que le persigue, se trasluce la práctica y originalidad de un pintor moderno. No en vano, Casas ha pasado a encuadrarse dentro del movimiento modernista catalán, de incuestionable influencia francesa.
Los temas sociales seguirían gozando del beneplácito de las Exposiciones Nacionales hasta bien entrado el siglo XX, si bien, más que ejemplos meritorios del mismo, no llegó a ser otra cosa que simples demostraciones penosas de ese desfase protagonizado por la pintura española en relación con las vanguardias europeas.